martes, 12 de julio de 2011

esmeraldas y rubies

Aquella mañana gris, ella se encerró a quemar todos sus recuerdos en el desván del olvido. Después de tanto tiempo y tantas desilusiones, estaba dispuesta a poner punto y final a todo aquello que un día le había causado tanto daño. Empezó deshaciéndose de los testigos presentes el día que se conocieron, el polvo y los años se habían apoderado del lugar, pero los recuerdos seguían patentes en ellos como el primer día. El vestido granate que tan bien le quedaba, el que marcaba su estilizada figura, y le daba un toque fresco, juvenil, la hacía todavía más atractiva si era posible, frunciéndose a la altura de su cintura en un gran lazo de ese mismo color y cayendo en cascada con ligereza pero elegancia hasta la altura de sus rodillas, y los zapatos esmeraldas con los que pisó aquel lugar por primera vez. Miriam era una persona especial. Una de esas que cuando pasaban ante ti, dejaban tras de sí una estela cargada de magnetismo y misterio, capaz de atrapar todas las miradas, que la seguían inconscientemente hasta que aquel hermoso halo de luz que desprendía acababa perdiéndose en el horizonte y más, más lejos, hasta donde no alcanzaba la vista de decenas y decenas de curiosos. En ocasiones, estas miradas la incomodaban, pero se había ido acostumbrado con el paso del tiempo, incluso, aquello le había llegado a gustar. Se sentía halagada, aquello le divertía. Era como una especie de juego para ella. Entre el montón de cajas encontró su vieja cámara de fotos, pensó que tal vez aún funcionase y, con la mejor de sus sonrisas –triste, melancólica, dolida- miró al objetivo. Clic. La instantánea cayó por la parte trasera de la cámara, Miriam la observó. Llevaba el pelo despeinado en una coleta y las ojeras barnizaban su rostro, aun así, su mirada seguía tan seductora como siempre, aquellos ojos marrones seguían siendo capaces de conquistar a cualquiera que se propusiese, tenía los labios algo agrietados y la nariz roja, quizás por el frío, casi sin darse cuenta había sustituido los bikinis por los abrigos y los gorros de lana. Miriam observaba la foto, se pregunta dónde había ido a parar aquella joven atrevida, guapa, alocada, aquella que conseguía todo lo que quería sin martirizarse demasiado. A la que le daban igual los comentarios, las críticas, aquella jovencita que se iba a comer el mundo de un bocado. Qué habrá sido de ella. Vuelve a guardar todo en el montón de cajas apiladas y sale del desván con los ojos vidriosos. Lágrimas. Fuera llueve. Sonríe en silencio. Al menos la lluvia la acompaña en su eterna culpabilidad

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se llama personalidad mona.